Voy a contaros una historia que puede ser la de mucho de nosotros y que compartí el otro día en el webinar:
“Un día Juan tenía mucha prisa por ver a su amiga Nerea, Sabía que algo le pasaba, porque ella le dijo que necesitaba verle más que nunca.
Cuando llegó a la cafetería, se fijó que estaba totalmente ensimismada. No había señales de la Nerea jovial y animada que solía ser. Claramente, algo le sucedía.
Él se sentó y le tomó la mano preguntándole: ¿Me puedes explicar lo que sucede?
Ya sabes que mi hermana está enferma…
–Sí, me lo dijiste.
–El martes nos vimos. Quería ayudarla, pero me temo que no supe hacerlo. Después de estar con ella, me quedé fatal y me temo que a ella la dejé bastante peor de como la encontré…
–¿Qué ha pasado exactamente?
–Ella quería hablarme de su enfermedad. Y yo no dejaba de interrumpir. Le decía que no se preocupara, que todo iría bien. Incluso intenté deliberadamente cambiar de tema un par de veces. Así pasaron las horas y, cuando nos despedimos, además de animarla, le sugerí que se distrajera y pensara en otras cosas.
Ella me contestó con unas palabras que no puedo olvidar. Me dijo: “Nerea, no lo entiendes. Necesito hablar de ello”.
Juan escuchaba atentamente el relato de ella y, con la mirada, la animó a continuar:
–Después de escuchar su comentario, la verdad es que llegué a casa con una sensación amarga que me ha acompañado todos estos días.
–¿Has vuelto a hablar con ella?
–No, porque sinceramente no sé cómo reaccionar. Temo hacerlo aún peor. Por eso necesitaba verte…
Juan percibía la angustia de Nerea y, por ello, Le dijo:
–Nerea, la enfermedad de un ser querido nos angustia. Pero hemos de hacer todo lo posible para evitar que debido a esta angustia hagamos o digamos cosas que van en contra de lo que el enfermo necesita. Y, tras una breve pausa, añadió:
«Hay veces que ella querrá hablar del tema. Otras, no. Lo importante es que sepamos ver, sentir, captar lo que necesita en ese momento y que estemos dispuestos a dárselo. Como acompañantes, estamos al servicio de su ansiedad, dolor y miedo, no a merced de los nuestros.»
–¿Y si nos pregunta sobre la enfermedad? ¿Y si nosotros sabemos cosas que ella no sabe?
–El hecho de que nos pregunte no significa que podamos y debamos responderle con toda la crudeza del mundo. Significa que debemos estar abiertos a lo que nos pida. Es importante no decidir por ella lo que “le conviene saber” ni contestar a preguntas que no podamos responder y siempre desde la serenidad y el amor.
Muchas veces, lo mejor será ayudarla a encontrar a la persona que le pueda dar esas respuestas, sin asumir directamente toda la responsabilidad.
Nerea escuchaba con atención. Comprendía perfectamente lo que Juan le decía, pero no tenía claro cómo actuar. Le hizo una última pregunta:
–¿Qué puedo hacer a partir de ahora?
–Acompañarla. Si quiere hablar, la escuchas. Si quiere distraerse, os distraéis. Si quiere estar en silencio te quedas a su lado. Tu mensaje debe ser claro: “Estoy a tu lado incondicionalmente y para lo que necesites”. Esto se demuestra muchas veces sin grandes discursos y con un simple gesto. Y, sobre todo, no actúes movida por tu angustia ni la hagas sentir enferma con tus reacciones. Intenta que no sienta tus miedos, pues reforzarán los suyos. Será duro, pero viviréis momentos muy valiosos, de una gran intimidad.
–Tengo miedo de que, si hablamos abiertamente de la enfermedad, pueda perder la esperanza.
–La perderá si te ve desesperada, por más falsos mensajes de esperanza que le des. Pero no la perderá si te siente a su lado.
–Juan, ¿me acompañaras en el camino?
–Cuenta con ello.
Juan se levantó y se acercó a la barra para pedir la merienda. Vio a Nerea coger su móvil. Intuyendo a quién llamaba, se sentó en la barra para darle tiempo. Sabía que su hermana la necesitaba a su lado.”