Seguro que en algún momento has escuchado y sentido esa vocecita interior que te dice:
“¿Cómo puedo estar bien si otros siguen sufriendo?”
Esa es la culpa del superviviente, una emoción muy común en quienes han pasado por el cáncer —como pacientes o familiares— y que, sin darnos cuenta, nos roba la alegría y la calma.
¿Qué es exactamente la culpa del superviviente?
Imagínate que terminas tu tratamiento de quimio y empiezas a sentirte mejor. Pero justo en ese instante, recuerdas a otros compañeros de sala que siguen en el hospital o que eres mamá o papá de oncología y después de meses o años muy complicados tu hijo/a supera el cáncer y con la tremenda alegría del momento recuerdas a los niños y niñas con los que compartiste hospital y ya no están. Te invade un sentimiento de “injusticia”: “¿Por qué yo sí y ellos no?”
Esa mezcla de felicidad y remordimiento es la culpa del superviviente:
- Surge al comparar tu bienestar con el dolor ajeno.
- Te hace dudar de tu derecho a la alegría.
- Te lleva a entorpecer tu recuperación o a no celebrar tus pequeños logros.
¿Por qué aparece esta culpa?
- Empatía extrema
Te pones en el lugar del otro, sientes su miedo y su dolor. Cuando tú sonríes, parece que “les das la espalda”. - Creencias integradas
Mensajes como “no merezco ser feliz si alguien más sufre” se quedaron grabados en tu interior. - Miedo al juicio
Temes que los demás piensen que eres insensible o egoísta porque disfrutas de un momento tranquilo. - Comparación interna
Al comparar tu camino con el de otros, surge la pregunta: “¿Por qué yo y no ellos?” Ese “por qué” abre la puerta a la culpa.
Cómo reconocerla y aliviarla
1. Date permiso para sentir y reconoce la emoción
Cuando note esa culpa, para un instante y respira:
“Está bien que me sienta bien. Mi bienestar no quita nada a nadie.”
Nombrar, sentir la emoción te ayuda a sacarla del piloto automático.
2. Habla con esa voz interna
Identifica la frase que más te repite la culpa (“no merezco…”). Escríbela y, al lado, crea su opuesto:
Culpa: “No debería disfrutar.”
Verdad más amable: “Mi alegría inspira esperanza.”
Verás que la culpa se basa en un juicio, no en una verdad absoluta. Repite tu verdad más amable y verrás que te conecta con un sentido más generoso de tu alegría.
3. Actos pequeños de celebración
No esperes la gran fiesta. Un paseo al sol, una sobremesa con amigas, una canción favorita… Cada gesto de alegría es un acto de sanación.
4. Comparte tu avance
Contar tu historia de recuperación no es presumir: es entregar luz a quien lo necesita. Tu sonrisa puede ser la chispa que encienda la esperanza en otro.
¿Qué puedo hacer?
Ejercicio 1: Diario de Gratitud
- Cada día anota tres momentos de alegría o paz, escribe una pequeña o gran cosa que te haga feliz (ej.: un abrazo, un paseo, la risa de tu hijo/familiar/amigo/a) y permítete disfrutar ese momento plenamente.
- Al lado escribe cómo tu bienestar puede inspirar o mejorar a tu familia o a otros.
- Relee tu diario semanalmente y subraya las conexiones entre tu alegría y la esperanza que generas.
Ejercicio 2: Carta de Compasión
Escribe una carta a ti misma como si fueras tu mejor amiga:
- Imagina a esa voz interior que te acusa de ser feliz. Dale un nombre.
- Escribe una carta dirigida a ella, reconociendo su preocupación y dándole permiso para relajarse.
- Reconoce tu esfuerzo y tu valentía.
- Exprésate tu permiso para ser feliz sin culpa.
- Cierra la carta con una frase de comprensión y amor
- Guarda esa carta y léela cada vez que la culpa quiera aparecer.
Aceptar tu felicidad no es un acto egoísta, no resta, suma: es un regalo para ti y para quienes te rodean. Al ser feliz, envías un mensaje de esperanza y resiliencia.
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