Mi historia: Soy Cristina Mata Torrado, mi proyecto se llama “La Sonrisa de Cristina” y mi perfil en Instagram es @lasonrisadecristinam.
Me considero una mujer fuerte, valiente, resiliente, empática y muy vulnerable. Creo que todos estos adjetivos vienen impresos en mi ADN desde que estaba en el vientre de mi madre. Una mujer joven, alegre y muy vital que se quedó embarazada de gemelos con 21 años y todo esto nos lo supo transmitir a mi hermano y a mí desde el momento de nuestra concepción.
Nacimos de 32 semanas y de parto natural y nadie sabía que éramos gemelos hasta ese momento.
Siempre empiezo a contar mi historia desde el momento en que tuve el cáncer, pero creo que éste es un dato muy importante en mi vida, ya que ya nací luchando por la vida porque pesé 1,800 kg y estuve en una incubadora hasta que me terminé de formar para salir al mundo exterior 😉.
Ahora sí, con 5 años y tras muchas idas y venidas a los médicos porque a mí me dolía mucho la rodilla, y nadie nos hacía caso, simplemente los médicos se limitaban a decir que yo era una niña muy grande y la rodilla me dolía porque estaba creciendo.
Un buen día mi rodilla se hinchó mucho, y mi madre ya me llevó a urgencias y allí con una simple radiografía allá por el año 1980 descubrieron que algo no pintaba bien y tenían que biopsiar rápido para ver el alcance.
La cosa era grave, un sarcoma osteogénico en la cabeza de la tibia y el peroné, había que amputar mi pierna por encima de la rodilla y darme tres años de quimioterapia si queríamos salvar mi vida. Mis padres en todo momento dijeron que adelante. Sí, se fiaron del buen criterio médico de los oncólogos y traumatólogos que me trataron en la Fundación Jiménez Díaz.
Siempre me preguntan cómo reaccioné cuando supe que me iban a amputar la pierna, y es que mi madre me lo contó con tal naturalidad que yo no tuve opción más que aceptar que me iban a quitar un trocito de mi pierna porque estaba “malito” igual que cuando pelas una manzana y tiene un trocito que no se puede comer. Esa fue la explicación de mi madre, con tanta calma y tanta paz, que a mí me pareció que era lo lógico, lo normal.
En ese momento mi madre me contagió su súper poder, su fortaleza, su empatía, su resiliencia…En definitiva, sus ganas de vivir.
Mis vivencias reales, son todas sin pierna. Terminé mi quimio, que duró tres años y me adaptaba fenomenal a mi prótesis, vivíamos ya tranquilos, felices y en paz…
Un buen día de 1987 mi madre empezó a encontrarse mal, estábamos en la playa, médicos a Alicante, médicos a Murcia, nadie daba con lo que ella tenía. Hasta que ya cansada y pensando que algo no iba bien volvimos a Madrid.
Según llegamos se fueron a urgencias y allí exactamente igual que a mí, los médicos le dijeron que la cosa no pintaba bien. Tras varios exámenes, vieron que padecía un cáncer de cólon incurable.
A ella nunca le dijeron nada, en esa época no se le decía nada al paciente, aunque nosotros estamos convencidos de que lo sabía después de todo lo que había pasado conmigo.
En cuatro meses y medio falleció, muy joven, cumplió los 34 años en el hospital, y dejando a unos gemelos de 12 años y un marido con 36.
Nunca imaginé que mi madre moriría, creo que un niño nunca lo imagina. Una vez más tiré de coraje y dije “a por todas”.
Considero que he sido muy feliz pese a las dificultades que la vida me puso.
Tras un matrimonio fallido y separarme también de mi socio profesional, finalmente tuve que tirar de ayuda, busqué una psicóloga que me ayudó muchísimo y gracias a ella pude encajar mi vida en ese momento en el que comenzaba a caminar sola tanto personal como profesionalmente.
A los seis meses del divorcio, conozco al que fue el papá de mi niño. Nos enamoramos locamente y en nada estábamos viviendo juntos, y a los ocho meses estaba embarazada de mi niño maravilloso, poco después de que Antonio naciera empezamos a trabajar juntos.
Cuando nuestro hijo tenía tres meses, a él le tienen que someter a un bypass gástrico. Una operación que aparentemente no entrañaba riesgos, pero que desafortunadamente no salió bien, le tuvieron que hacer tres operaciones a vida o muerte en cinco días y estuvo veintisiete días con un coma inducido porque se le produjo una sepsis. Afortunadamente se recuperó sin secuelas y volvimos a casa felices.
En el trabajo todo iba a las mil maravillas, pero él, que no te he contado como le conocí, también le faltaba una pierna. El mismo año que yo le conocí había tenido un accidente de quad y perdió parte de la pierna, un poco más arriba del tobillo.
Yo le conocí en una asociación de amputados de la que formaba parte ayudando a los nuevos amputados que venían. Él venía con el contador a cero, con mucha ilusión, pero con una mochila a sus espaldas muy grande que, cuando afloró, pasó factura.
Las prótesis le empezaron a hacer daño casi desde el principio, pero como tocaban zona que tenía insensible por las cicatrices tras la amputación, digamos que el daño era soportable.
El problema empezó con una prótesis nueva que le empezó a hacer daño en zona sensible. Él no quería quitarse la prótesis y la herida era cada vez más grande, cogió infección, empezó a tener dolores de “miembro fantasma” y ahí empezó nuestro calvario. Y digo nuestro, porque no fue solo suyo. No quería curarse, o digamos que sí, pero no pagando el precio que era amputándole de nuevo y empezamos a vivir un calvario, porque la medicación que le mandaban no se la tomaba, empezó a beber para poder dormir y aquello se convertía en un bucle cada vez más gigante.
No quería ir al médico, ni al psicólogo, ni a nada que tuviese que ver con ayudarle a salir de ahí, y tras casi dos años de intensa amargura, decidió quitarse la vida. Lo peor de todo es que esperó a que yo estuviera en casa para hacerlo y en un momento en el que yo estaba en la cocina y él en el salón aprovechó para lanzarse al vacío desde un sexto piso.
Imagínate, o mejor aún, no lo imagines porque es inimaginable. De esto han pasado ya seis años, y te preguntarás si yo me sentí culpable, pues no, en ningún momento. Hice durante dos años lo imposible porque él estuviera bien, se fue sabiendo que yo le quería y también todo lo que había hecho por él, así que yo en paz y tranquila.
Desde entonces mi vida ha cambiado mucho. Fueron años difíciles, años en los que yo empecé a hacer otras cosas, fue cuando comencé a estudiar desarrollo personal, conocerme a mí misma y cada vez fui perdiendo más interés por el que fue durante dieciocho años mi negocio hasta que terminé dejándolo.
Demasiada presión, a esto se sumó que se me rompió mi prótesis que cuesta 40 mil euros y yo no tenía dinero para pagarla e inicio una campaña de crowfounding que se hizo viral en Facebook, porque yo en ese momento no tenía Instagram (esto era diciembre de 2016) y en poco más de mes y medio tenía el dinero y el 8 de marzo de 2017, día de la mujer, me la ponía por primera vez.
A los veinte días, me dio una parálisis facial total del lado izquierdo de la cara y fue cuando decido dejarlo todo Gestoría, mi casa, Madrid y todo lo que tuviese que ver con estrés. Vendí mi casa sin que nadie lo supiera, he de decir que con mucha suerte, porque la vendí en un día. Y decidí venirme a Puertollano, mi familia por parte de mi padre, son de un pueblo cercano y mi tía, la que había cuidado de mí desde chiquitita y de mi niño desde que nació se había venido aquí y la echaba mucho de menos.
Aquí podría estar cerca de ella y tendría tranquilidad. Ella estaba aparentemente más sana que una manzana y en menos de un mes un cáncer de páncreas se la llevó por delante. Ni siquiera llegó a conocer mi casa que tanta ilusión le hacía.
De nuevo estaba sola y empezando nueva vida, en un pueblo que no conocía, pero aquí vive una prima hermana con la que siempre me he llevado bien, y ha sido de gran ayuda.
Comencé más intensamente a estudiar desarrollo personal y a leer todo lo que caía en mis manos a ese respecto. A partir de ahí, sigo aprendiendo, y acompaño a mujeres que han pasado por cualquier tipo de amputación física, o emocional. Porque yo siempre digo que sólo unos pocos tenemos amputaciones físicas, pero todos tenemos amputaciones, todos hemos pasado por una pérdida de un ser querido, un trabajo, hemos sufrido una enfermedad, e incluso una pandemia.
Este confinamiento me paró en seco, como a casi todos, pero afortunadamente apareció mucha gente a través de Instagram como Rubén Martín y las personas que he conocido a través de él, me han hecho crecer aún más.
He hecho dos eventos gratuitos online uno en diciembre y otro en abril a los que se apuntaron más de trescientas personas, y detrás de esto, mi segundo training de siete semanas, que se llama “Sonriamos Juntas”, que me está haciendo sacar aún más lo mejor que hay en mí y está siendo muy bonito, ayudando de nuevo a muchas mujeres.
Estoy lanzando 2 cursos y estoy escribiendo un libro que me está costando pero creo que debo hacerlo porque servirá de inspiración a otras personas y por mi hijo. Mi hijo es mágico, con una fuerza, un coraje y una madurez que a mí me asombra.
Creo que ha sido un poco extenso mi relato pero espero que te sirva y que hayas conocido un poquito más de mi historia.
Si deseas compartir tu historia, tu experiencia, escríbenos a info@brulemocion.com