Cicatrices que hablan

09/08/2025

Recién cumplidos los 50, me encontraba sana y en forma. Pero llegó el cáncer, silencioso y sin avisar. Y tuve que enfermar para vencerlo. Perdí la salud, y tuve que despedirme de mi amada melena, verme sin cejas, sin uñas, sin pestañas y, por si eso no fuera poco, también perdí el pecho. Fue necesario pagar un alto precio para vencer a un indeseado visitante.

Pero sobreviví, y la vida siguió. Entonces me concentré en recuperarme y en valorar y agradecer todo lo que tenía: una vida, una familia, buenos amigos…

Ya nunca he vuelto a ser la misma. He adquirido sabiduría y calma, y he aprendido a disfrutar de cada momento. Eso del “carpe diem”, que había sido para mí teoría y deseo, se me ha grabado a fuego tras sobrevivir al cáncer. Ahora soy consciente de que cada día es un regalo que debo disfrutar, y no malgastar.

Siento que la experiencia del cáncer me ha ido enriqueciendo; pero, a la vez, percibía que me faltaba algo. Pese a que la positividad y el optimismo estaban muy presentes en mi vida y podía decir que era feliz, había una sombra de nostalgia en mi interior que acechaba cada vez que bajaba la guardia.

Hace unas semanas, me sometí a la cirugía de reconstrucción de mi pecho perdido. A pesar de la dureza de la operación, y de los dolores y limitaciones en el postoperatorio, una inesperada alegría ha comenzado a brotar dentro de mí. Trato de entender su origen, y me doy cuenta de que tiene que ver con la certeza de que estoy llegando a la meta porque vuelvo a estar “entera” no sólo por fuera, sino también por dentro.

Es ahora cuando he tomado conciencia del alcance del impacto psicológico que supone perder una parte del cuerpo, y del exquisito trabajo de los cirujanos plásticos para reparar el daño. Ellos me han arreglado “por fuera”, lo que me ha impulsado a recuperarme “por dentro”.

Ahora miro mis cicatrices con cariño. Son muestra de mi lucha y de mi sufrimiento; pero también de mi resiliencia y de mi crecimiento personal. Me recuerdan que me he curado, que sigo viva y que he cambiado. Me abren incontables perspectivas, y me traen a la memoria todo lo que he aprendido a valorar durante el camino.

Mis cicatrices me hablan y me hacen recordar, cada mañana, que la vida merece la pena; y que, a pesar de los problemas, de los miedos y de las dificultades, está llena de regalos que muchas veces no vemos o damos por supuestos, hasta que un cáncer te descubre que podrías haberlos perdido.

PALOMA PÉREZ MIGUEL

 (NAVARRA)

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