Cuando una mamá o un papá acompaña a un hijo o hija con cáncer, su corazón entra en un estado que solo quienes han vivido esto pueden comprender. La atención se vuelca toda hacia él o ella, la mente se llena de miedos, el cuerpo se tensa… y uno mismo desaparece.
Pero hay una verdad que quiero recordarte hoy: cuidar tus emociones también es cuidar a tus hijos.
Porque tu manera de respirar les sostiene.
Tu serenidad les calma.
Tu bienestar les acompaña aunque no digas una palabra.
Por qué te cuesta cuidarte cuando más lo necesitas
En psicooncología sabemos que las madres y los padres de oncología viven en modo alerta continuo.
No es por falta de voluntad; es biología.
- El sistema nervioso entra en hipervigilancia.
- El cuerpo interpreta cada pequeño síntoma como una señal de peligro.
- La mente se llena de pensamientos anticipatorios.
- La energía emocional se agota sin que te des cuenta.
Todo esto hace que cuidarte te parezca imposible… o incluso culpable.
Quizá te suena alguna de estas frases:
- “Ahora no puedo, o no quiero, pensar en mí.”
- “No tengo tiempo.”
- “No puedo relajarme si mi hijo está así.”
- “Si yo me permito descansar… ¿qué dirán?”
Estas creencias son normales. Pero son también cadenas invisibles que agotan tu cuerpo, mente y corazón.
La verdad que nadie te dijo: tu bienestar influye en el suyo
Aquí quiero ser muy clara y muy honesta, desde el amor y la experiencia:
Cuando tú te cuidas emocionalmente, también cuidas a tu hijo.
No solo porque te sientes mejor tú, sino porque tu propio estado emocional es un regulador directo del de él o ella.
La ciencia lo confirma:
- Los padres que practican mindfulness o compasión reducen su ansiedad, y esto mejora la experiencia emocional de sus hijos (Hospital Clínic de Barcelona).
- El bienestar emocional del cuidador aumenta la resiliencia familiar.
- Y técnicas como la visualización, la respiración consciente o la hipnosis suave reactivan las rutas de calma del cerebro, incluso en situaciones de estrés prolongado.
Esto no es magia. Es neurobiología aplicada al amor y compasión.
Si te cuesta conectar con la calma, no es tu culpa
Muchos padres me dicen: “Silvia, no puedo relajarme. No sé cómo hacerlo.”
Y quiero que lo escuches bien: No es falta de capacidad. Es saturación emocional.
Cuando llevas semanas, meses o años en alerta:
- la mente no encuentra recuerdos de paz,
- el cuerpo olvida cómo soltar,
- y el corazón se protege apagando emociones como la serenidad o la alegría.
Pero puedes recuperarlas.
Esa capacidad está dentro de ti, intacta. Solo necesita un puente para volver.
3 puertas para volver a ti cuando todo te supera
1/ La respiración consciente
No es un cliché: es fisiología.
Tres respiraciones profundas reducen cortisol y activan calma.
Ejemplo sencillo:
Inhalo por 4… sostengo 2… exhalo 6.
Repite 5 veces.
2/ La visualización terapéutica
Tu mente no distingue entre recordar e imaginar.
Si imaginas un lugar seguro, tu cuerpo responde.
Unos segundos en tu “oasis interior” generan alivio real.
3/ La autocompasión
No es lástima.
Es reconocer tu humanidad sin juzgarte.
Frases como:
- “Estoy haciendo lo mejor que puedo.”
- “También merezco descanso.”
- “Mi calma ayuda a quienes amo.”
Estas frases transforman tu estado interno.
Tu hijo/a te necesita presente, no perfecta
Y para estar presente, necesitas alimentar tu propia energía emocional.
No desde la exigencia, sino desde la ternura.
No desde el “tengo que”, sino desde el “me acompaño”.
Porque la presencia nace del bienestar.
Y el bienestar nace del permiso.
Permiso para parar.
Permiso para respirar.
Permiso para cuidarte.
Quiero que recuerdes esto:
Eres una mamá o un papá que siente, que ama y que sostiene.
Y para sostener, también necesitas sostenerte.
Tu serenidad es su refugio.
Tu presencia es su medicina.
Tu calma… también es cuidado.
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