Cuento: La Alegoría del Carruaje de Jorge Bucay

29/06/2025

Un día de octubre, una voz familiar en el teléfono me dice:

-Salí a la calle, hay un regalo para vos.

Entusiasmado, salgo a la vereda y me encuentro con el regalo. Es un precioso carruaje estacionado justo, justo frente a la puerta de mi casa. Es de madera de nogal lustrada, tiene herrajes de bronce y lámparas de cerámica blanca, todo muy fino, muy elegante, muy «chic». Abro la portezuela de la cabina y subo. Un gran asiento semicircular forrado en pana bordó y unos visillos de encaje blanco le dan un toque de realeza al cubículo. Me siento y me doy cuenta que todo está diseñado exclusivamente para mí, está calculado el largo de las piernas, el ancho del asiento, la altura del techo… Todo es muy cómodo, y no hay lugar para nadie más.

Entonces miro por la ventana y veo «el paisaje»: de un lado el frente de mi casa, del otro el frente de la casa de mi vecino… y digo: «¡Qué bárbaro este regalo! «¡Qué bien, qué lindo…!» Y me quedo un rato disfrutando de esa sensación. Al rato empiezo a aburrirme; lo que se ve por la ventana es siempre lo mismo. Me pregunto: «¿Cuánto tiempo uno puede ver las mismas cosas?» Y empiezo a convencerme de que el regalo que me hicieron no sirve para nada.De eso me ando quejando en voz alta cuando pasa mi vecino que me dice, como adivinándome:

-¿No te das cuenta que a este carruaje le falta algo?

Yo pongo cara de qué-le-falta mientras miro las alfombras y los tapizados.

-Le faltan los caballos – me dice antes de que llegue a preguntarle. Por eso veo siempre lo mismo -pienso-, por eso me parece aburrido.-Cierto – digo yo.

Entonces voy hasta el corralón de la estación y le ato dos caballos al carruaje. Me subo otra vez y desde adentro les grito:-¡¡Eaaaaa!!El paisaje se vuelve maravilloso, extraordinario, cambia permanentemente y eso me sorprende… Sin embargo, al poco tiempo empiezo a sentir cierta vibración en el carruaje y a ver el comienzo de una rajadura en uno de los laterales. Son los caballos que me conducen por caminos terribles; agarran todos los pozos, se suben a las veredas, me llevan por barrios peligrosos. Me doy cuenta que yo no tengo ningún control de nada; los caballos me arrastran a donde ellos quieren. Al principio, ese derrotero era muy lindo, pero al final siento que es muy peligroso.

Comienzo a asustarme y a darme cuenta que esto tampoco sirve.

En ese momento veo a mi vecino que pasa por ahí cerca, en su auto. Lo insulto: -¡Qué me hizo!Me grita:-¡Te falta el cochero!-¡Ah! – digo yo.

Con gran dificultad y con su ayuda, sofreno los caballos y decido contratar un cochero. A los pocos días asume funciones. Es un hombre formal y circunspecto con cara de poco humor y mucho conocimiento.

Me parece que ahora sí estoy preparado para disfrutar verdaderamente del regalo que me hicieron. Me subo, me acomodo, asomo la cabeza y le indico al cochero a dónde ir. Él conduce, él controla la situación, él decide la velocidad adecuada y elige la mejor ruta. Yo… Yo disfruto el viaje.

“Somos un carruaje precioso, nuestro cuerpo, tirado por tres caballos: instinto, emoción e intelecto. Solo cuando la atención despierta asume el rol de cochero, podemos armonizar sus fuerzas, trazar la ruta y disfrutar de un viaje consciente.” – Brulemoción

Gurdjieff también habló mucho sobre ello utilizando metáforas muy parecidas para describir nuestra estructura interna y la necesidad de un “cochero” consciente.

Estos son los paralelismos fundamentales:

  1. El cuerpo como carruaje
    Para Gurdjieff, el cuerpo humano es una máquina viviente, un vehículo que nos transporta por la vida. Sin un guía interior, éste actúa por inercia: come lo que encuentra, se mueve según el hábito y envejece sin conciencia.
  2. Los centros como caballos
    Gurdjieff identifica tres “caballos” o centros que tiran del carruaje:
    • El centro instintivo (alimentación, reproducción, defensa)
    • El centro emocional (pasiones, afectos, miedos)
    • El centro intelectual (pensamientos, razonamientos)
      Cada uno actúa con su propia voluntad y frecuencia. Si no están unificados, el carruaje se desgarra en tirones contrapuestos.
  3. El “yo esencial” como pasajero
    La parte más elevada de nuestro ser —lo que Gurdjieff llama “esencia”— sería la persona auténtica que aspira a unificar todos esos impulsos. Sin embargo, como pasajero adormecido, rara vez ejerce control: se deja arrastrar por los centros.
  4. La Atención–Presencia como cochero
    El “cochero” consciente en la enseñanza de Gurdjieff es la facultad de atención dirigida o presencia.
    • Sin atención, nuestro vehículo va por caminos predecibles (habitos), sin descubrimiento ni crecimiento.
    • Con atención, podemos “coger las riendas” de los caballos, armonizar sus impulsos y decidir la ruta.
  5. El trabajo práctico (la autotransformación)
    Para tener un buen cochero, Gurdjieff proponía ejercicios de autoconciencia:
    • Auto-observación: notar sin juzgar qué caballo tira más en cada momento.
    • Autorecuerdo: traer al pasajero (la esencia) al presente, vinculando cuerpo, emoción e inteligencia.
    • Unión de los centros: prácticas que buscan sincronizar sensación, sentimiento y pensamiento.

Si aplicamos su visión a la alegoría del carruaje, Gurdjieff diría que el gran regalo no basta con tener un vehículo hermoso (el cuerpo) ni con disponer de fuerzas poderosas (los caballos). Sin el “cochero”, la presencia atenta, simplemente seguimos arrastrados por instintos, emociones o ideas sueltas. El verdadero arte es aprender a estar despiertos en cada paso, armonizar los caballos y permitir que el pasajero (la esencia) disfrute de un viaje consciente y pleno.

Creo que esta alegoría muestra cómo a veces disponemos de recursos valiosos (el carruaje hecho “a medida”) que creemos completos, pero que, sin movimiento, se convierten en rutina. El regalo simboliza nuestras propias potencialidades internas: la conciencia, la creatividad y la fuerza de voluntad. Habla de nuestro encuentro con un don precioso pero, al mismo tiempo, incompleto si no sabemos gestionarlo.

El carruaje de nogal, tallado “a tu medida”, simboliza los recursos internos que ya poseemos: nuestra capacidad de resiliencia, de conciencia y de crecimiento. Al principio, instalados en esa comodidad, creemos que lo tenemos todo; sin embargo, la inmovilidad revela nuestra necesidad de cambio y movimiento.

Los caballos representan nuestras emociones poderosas (miedo, esperanza, rabia, culpa…). Sin guía, si no están integradas ni canalizadas, pueden arrastrarnos por caminos peligrosos, a altibajos extremos, al agotamiento o al bloqueo emocional, al agotamiento o al estrés.

Finalmente, el cochero encarna la parte de nosotros que integra razón y sensibilidad: el “sabio interno” capaz de canalizar la energía emocional, trazar rutas seguras y moderar el impulso.

Tres lecciones clave:

  1. Valorar lo que ya somos: reconocer talentos y recursos propios.
  2. Gestionar las emociones: no reprimirlas, sino darles cauce para que impulsen el cambio sin desbocarse.
  3. Cultivar la sabiduría interior: desarrollar la parte reflexiva que decide la dirección y el ritmo del viaje.

Con estos tres elementos trabajando juntos, nuestro “viaje” vital, incluso frente a la adversidad, puede convertirse en una experiencia de crecimiento auténtico y sostenido. Y algo muy importante: ¿Cuidas tu cuerpo y tu mente? ¿Practicas el Autocuidado?

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Brulemoción, escuela de coaching y acompañamiento oncológico. Marta y Silvia Brule

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