Cuenta la historia que en la entrada de un tranquilo pueblecito había un anciano sentado en un banco.
Como ya estaba retirado y era el hombre más viejo del poblado, pasaba el día sentado, saludando a todo el que entraba y salía del pueblecito.
Un día llegó un forastero, se le acercó y luego de saludar preguntó:
-Señor, pienso quedarme a vivir en este lugar, ¿Cómo es la gente de este pueblo?
-Primero dígame usted como era la gente del pueblo donde usted vivía, le contestó el anciano
-La gente del pueblo donde yo vivía era chismosa, intrigante, amargados, siempre estaban de mal humor, por eso decidí mudarme
-Ah, caray!, que casualidad, la gente de este pueblo es así mismo, chismosa, amargada e intrigante, explicó el anciano.
A los pocos minutos estaba entrando a la ciudad otro hombre interesado en vivir en el poblado, quien al ver al anciano se le acercó y le hizo la misma pregunta:
-¿Cómo es la gente de este pueblo?
-Antes de contestarle, dígame como era la gente de la ciudad en que usted vivía?
-La gente del pueblo donde vivía era servicial, alegre, trabajadora, honrada, amigable y muy alegre
-Así mismo es la gente de este lugar!, dijo el anciano.
Otro hombre que disimuladamente estaba cerca y escuchando las conversaciones, le preguntó al anciano:
-¿Cómo es posible que usted le de dos respuestas totalmente opuestas, diferentes, a una misma pregunta?
Lo que ocurre es que tanto la amargura, las frustraciones, así como la alegría y el optimismo, son cargas personales y comportamientos que la gente tiene y que llevan a cualquier parte del mundo donde residan, el problema no está en el entorno sino en el corazón de las personas
Jorge Bucay
Y es que hasta que no trabajemos esas «cargas emocionales» la historia se repetirá. Cuando lo sanes, todo cambiará.
El cambio comienza en el corazón de cada persona.